Una caja soñadora

Una vez llegó una caja.

Todas las cajas encierran un misterio.

Hasta que se abren.

Pero esta caja siguió siendo un misterio una vez abierta.

Porque comenzaron a salir gat@s de ella.

Y gat@s.

Y más gat@s.

Naranjas y negros.

Gatos gemelos.

Gatos siameses.

¡Una caja no podía albergar tanto gato!

¿Qué había allí dentro?

¿Véis?

Dentro de la caja había un sueño.

El sueño de una niña llamada Dora.

Dora soñadora, ayer y mañana


Parece que fue ayer cuando estaba haciendo la ilustración de la portada bajo la supervisión felina correspondiente. En el mágico universo del papel, la pequeña Dora dormía plácida, acunada por el vaivén de la luna menguante, mientras su gata atisbaba, a escondidas, algo o a alguien más allá del halo de luz lunar...
Hoy sé que Dora soñadora ya existe como libro, pero aún no lo he podido ver, y eso me produce una extraña sensación. Me siento como quien espera en un andén a alguien al que conoció tiempo atrás, y teme no reconocerlo de nuevo con la misma emoción, con los mismos ojos de entonces. Como el alquimista a punto de añadir la última gota de la poción sin haber visto nunca antes el resultado de su experimento, o el bruxo que pronuncia el maleficio recién leído en el Libro Verde sin atreverse a modular la última sílaba...
O como el gato a punto de abrir los ojos después de un largo sueño, en medio de la noche bajo la sonrisa de la luna...

Los monstruos

En la soledad del estudio sé que otras presencias comparten mi espacio, aunque esto sea una paradoja. No hay nadie que yo pueda ver con mis ojos, salvo los gatos que van y vienen, duermen y juegan, rozan mis piernas o reclaman caricias saltando a mis brazos. Ell@s seguro que pueden verlos. Muchas veces los descubro mirando con atención entre los pliegues de la pesada cortina que cosió mi madre y que hace las veces de puerta. A veces me inquietan sus grandes ojos ámbar, dorados, verdes o azules, abiertos y redondos, cuando se quedan fijados, inmóviles, en un punto inconcreto de la amplia estancia, en la oscuridad que rodea al foco de luz del tablero de dibujo. No se asustan, los gatos. Son tan misteriosos como ellos, tan sabios.

Por eso sé que están ahí. Siempre están. Y, cuando quieren, se cuelan en las páginas de los libros que ilustro. En el Bestiario. En Dora soñadora, también.

Dibujando bajo la atenta mirada de los gat@s



Tanto dibujar rodeado de gat@s, tenía que pasar: mi próximo libro está lleno de ell@s, con una preciosa gata como coprotagonista, ya os contaré.

(Falta muy poco para que aparezca, a veces he tenido la sensación de haber pasado por un largo embarazo, haber parido y luego, la criatura, desaparecía del nido sin verla... los libros de papel tienen ese inconveniente, parecen diluirse momentáneamente, durante meses, desde que palabras y dibujos salen del estudio para ir a la imprenta hasta que puedes recuperarlos en forma de volumen. Patricia, la editora, me asegura que pondrá la criatura en mis manos de aquí a unos días, tengo tantas ganas de verla...)

Por cierto, estos dos curios@s gat@s hicieron lo que es costumbre en ell@s: primero querían salir fuera de la ventana, en cuanto lo lograron, se pusieron a llamar al cristal para volver a entrar al estudio, y así una y otra vez, ¡hasta que comenzaron a volar papeles y dibujos! (la casa está en el aire, por si no alguien no lo sabía) Menos mal que en ese momento trabajaba los bocetos en el cuaderno y el viento no logró arrebatármelo.


Como esta circunstancia se repite a menudo, resulta que cuando alguien entra en mi estudio de la casa del aire, tiene muchas probabilidades de que algún dibujo revolotee en torno a sus narices, o de ver un gat@ intentando atrapar entre sus zarpas, en lugar de una mosca, un trozo de papel de colores...

A una gata gris


Gata gris, perfecta, exquisita como una reina; gata gris con posaderas de leopardo y serpiente; amagos de mariposa y lechuza; león en miniatura con aceradas garras listas para matar, gata gris llena de secretos, de afinidades, de misterios...

Doris Lessing. "Gatos muy distinguidos". Barcelona, 1986. Editorial Laia. Página 50


Dedicado a nuestra mamá Boletta, la anciana gata superviviente.