Aqueras montañas
tan alteras son,
no me dixan bier
os mios aimors.

Aqueras montañas
cuán se’n baxarán
y os mios aimors
aparixerán.

Dezaga d’ixas boiras
os n’íré a escar
y crebando as mugas
con yo entornarán.

Si canto, yo que canto,
no canto ta yo,
canto t’al Agüelo
que ye en ixos mons.

............

Mi humilde homenaje a José Antonio Labordeta.
Gracias por haberte conocido,
por haberte escuchado,
por haberme dado la oportunidad de ilustrar un pequeño relato tuyo.
Adiós, agüelo.

Cuando una gata lee


A veces se lee un libro como quien entra en un sueño, se despierta, y tiene la sensación de que solo han pasado unos segundos. Sin embargo, en la memoria se desperezan ciento una imágenes maravillosas del sueño terminado. ¿Cómo he podido vivir tanto en tan poco tiempo?

Me sucedió con El Consuelo, de Anna Gavalda. Lo leí este verano en un fin de semana.

Quizá porque uno de los escenarios en los que transcurre se parece mucho a mi propio hogar.

Quizá porque las personas que aparecen se relacionan con los animales no humanos dentro de un fantástico paraíso de amor, respeto y libertad.

Quizá porque hay tanta diversidad como en la misma vida, tanta desesperanza y tantas posibilidades de recomenzar.

Quizá porque los personajes tratan a la muerte de tú a tú, a los ancian@s como seres todavía "útiles" en las relaciones humanas, y a los niñ@s y jóvenes como personas "completas".

Quizá porque cuando uno ya no busca nada, ya está de vuelta de todo, entoces va, y encuentra.

No suelo comentar libros en este blog. Pero no sé por qué, me apetecía contaros algo sobre éste. Lo único que no me gusta es el título, porque hace referencia a una palabra francesa que designa a una partida de cartas que va después de la de la "revancha", una partida que se juega por jugar, sin ganadores ni perdedores. La traducción se aproximaría más a la consolante, o a la consoladora, pero claro, no suena bien en castellano.

Mi gata Fadagris me acompañó durante muchas horas de lectura, y a ella le gustaron especialmente ests párrafos:

"Cuatro minúsculos gatitos escondidos debajo de un coche muy viejo... Los niños se volvieron locos con ellos. Le preguntaron si los podían coger en brazos, y nos fuimos todos a jugar en el césped que había detrás de la casa.
Mientras se diverían con los animalitos como si fueran golosinas, el viejo y yo nos sentamos en un banco. El hombre tenía al perro en su regazo mientras se liaba un cigarrillo. Sonreía mirándolos y me felicitó: yo también tenía una camada bien maja... Me eché a llorar al instante. Tenía un montón de sueño atrasado, no había hablado con un adulto amable desde... Ellen, así que se lo conté todo.
(...)
Ese señor René, con sus gallinas, sus vacas, el viejo caballo que le habían encargado que cuidara, su perrito y su caos enorme se convirtió en nuestra nueva familia. Por primera vez, me sentía bien. Protegida. Tenía la impresión de que nada malo podía aguardarnos detrás de esas tapias, que el resto del mundo estaba al otro lado del foso…"págs.402-403.