El mundo de los tejados y una vieja leyenda de una gata


Cuando un gatito se va, no muere, trepa -juega que te juega- hasta los tejados azules, los más altos del universo, situados justo al lado de la luna, y allí se encuentra con los que ya han llegado, y muchos de ellos maullan en recuerdo de sus humanos que los quisieron.
Hice este dibujo desde el balcón. Se trata de una gatita tricolor vecina nuestra, por eso os voy a contar, con mis palabras, una vieja leyenda tibetana.
Tanto el dibujo como la historia están dedicados a Viky y a Coty, que tienen unos enormes corazones y ahora están tristes.
UNA LEYENDA TIBETANA
Hace mucho tiempo, en un monasterio del Tibet, una comunidad de monjes discutía sin cesar acerca de cuestiones religiosas y teológicas: no se ponían de acuerdo sobre el sentido de la muerte, ni sobre el cometido de la humanidad, ni acerca del porqué los hombres seguían rezando a los dioses en medio de tantas calamidades como existían en el mundo, fuera de aquellos muros donde debería haber reinado la paz y la serenidad. Parecían no escucharse, tan sólo hablaban y hablaban exponiendo sus razones, convencidos de ser los únicos poseedores de la verdad, enfrentados unos contra otros.
El más anciano de ellos creyó que había llegado el momento de la meditación. Pidió que iniciaran un ayuno de tres días con el fin de apaciguar los espíritus y conducirlos hacia la unión de las mentes y las personas. Al cabo de este tiempo, tras la puerta del monasterio, encontraron un cesto toscamente tejido.
Bajo unas ropas algo se removía. Lo llevaron dentro. Se trataba de una gata, una gata menuda con el pelaje tricolor, que amamantaba a dos gatitas. Al ver a aquellos hombres vestidos con túnicas en torno a ella, tan sólo abrió aún más los ojos redondos y verdes, algo temerosa, pero sin dejar de amamantar a sus hijas.
Fué acomodada en una cálida estancia del interior y todos pensaron que era una señal. Desde la llegada de la pequeña familia, los monjes no cesaban de hablar entre ellos, alabando la dedicación maternal de aquel pequeño ser, comentando la belleza y la perfección de los seres de la naturaleza, coincidiendo en valorar lo atinado del instinto maternal de la gata. Quedaron tan impresionados por los cuidados que procuraba a sus pequeños, que olvidaron sus discusiones y sólo tenían palabras para las bondades de su gata tricolor. Por eso, a instancias del anciano monje, decidieron dedicar otros tres día a meditar sobre tan oportuno hallazgo, que parecía señalar el camino para el regreso de la concordia.
Pasó el tiempo acordado y el más joven de los monjes, casi un recién llegado, se presentó ante el maestro.
-Creo que he hallado el secreto de esta familia de gatos- le dijo, no sin cierta timidez.
El anciano contempló un momento en silencio al joven. Pensó que quizá se habría dejado llevar por su ímpetu juvenil y su inexperiencia. Extendió las manos hacia él y con una breve sonrisa le respondió:
-¿Vas a decírmelo?¿Me contarás cuál es la razón por la que todos nos hemos serenado?
Y animado por la actitud del maestro, el joven contestó con convicción y le contó el conocimiento al que había llegado al término de su meditar:
-La madre gata tiene tres colores. Dos de ellos son el negro y el blanco, el ying y el yang, son los opuestos, somos nosotros y nuestros contrarios. Pero existe un tercer color que los une: es el color de la tierra, naranja y ocre, el de los caminos y las montañas, el del adobe de las casas y el de los tejados, el del barro y la madera. Así podemos nosotros unirnos, porque vivimos sobre la misma tierra, en ella y gracias a ella, los tres colores tejiendo un hermoso pelaje, haciendo que nuestras diferencias se integren gracias al tercer color.
Quedó en silencio el anciano. Tan solo bajó su mirada, cogió una taza, y compartió su té con el discípulo joven. Emocionado por el gesto, lloraba quedamente.
Apenas un sorbo de té quedaba para terminar cuando el maestro llevó su mano hasta la frente del muchacho para decirle:
-Hay tres animales en la misma cesta. Los tres son hembras. ¿Tiene esto algún significado para tí?
Cayó postrado el monje ante su maestro, porque también tenía una respuesta para aquello, unas palabras que pugnaban por salir de su boca, y él no sabía si debía dejarse llevar por el orgullo de la sabiduría. Al fin, se expresó en voz muy baja:
-Tú y yo somos diferentes, una gran distancia nos separa por todo lo que tú has vivido y pensado antes que yo... pero sin embargo, tenemos algo en común: ni tú, ni yo, ni ninguno de los que estamos aquí, somos portadores de un maravilloso don, ni lo seremos nunca. En cambio, la gata menuda, y sus pequeñas criaturas, sí lo poseen. Ellas, como la mujer, tienen el don de la vida, son portadoras del cambio, de la mutación, de la regeneración, del futuro, de la esperanza. Nosotros, maestro, nosotros sólo somos lo que permanece.
El anciano monje retiró lentamente la mano que había mantenido sobre la frente del discípulo y la llevó hacia sus propios ojos para recoger las lágrimas que ahora eran suyas. Se retiró sin añadir nada más.
Aún amanecía cuando el venerable maestro acarició levemente la cabeza de la gata que dormía enroscada con sus bebés. Después, abandonó el monasterio encomendándolo al cuidado del joven y sabio monje, y se encaminó hacia las montañas más altas.

Morfeo


Morfeo es el papá de Gato Pu y de Gata Ar. Una noche de tormenta, desapareció. Este dibujo se lo regalé a Isamar hace dos años.

Solo estando


A veces solo estando al lado es más que suficiente.

¿Qué somos los gatos?


"Dicen que el pez es agua encarnada, la forma misma del agua, el gato es, entonces, el diagrama del aire, su dibujo más sutil".
(Doris Lessing. "Gatos muy distinguidos". Barcelona, 1986. Editorial Laia. Página 49)

Bocetos de Zipi y Tonsu en el balcón al atardecer.